"Yo no creía en el matrimonio...hasta que me enamoré"
Con el tiempo hemos aprendido a dejar de tratar de ganar algunas batallas. Una de estas es la de tratar de convencer a los demás de que nuestras ideas son válidas o mejores o definitivas. Recuerden nuestro lema: Todo es verdad y todo es mentira. No existe una verdad absoluta.
Otra razón por la cual tratamos de no ser enfáticos, tiranos y fanáticos de nuestras creencias, es porque, así duro como suena, el mundo da muchas vueltas. Nosotros sugerimos un estilo de vida basado en ciertos conceptos, y esto es porque nos ha funcionado, hasta el momento. Y por mucho, es una lucha diaria practicar lo que promovemos.
Tengo un conocido que se ufanaba de ser parte de cierto partido político con un fervor que convencía hasta a los más incrédulos, hasta la tambora, hasta la muerte, "desde chiquitito", hasta que llegó un candidato a la presidencia de su partido que no le convencía mucho y con reputación dudosa. Sin decirle nada a nadie o quizás a algunos pocos, a los que no se atrevía a mentirle, de la noche a la mañana se pasó al bando contrario. Luego, por asuntos de la vida, consiguió un excelente trabajo que dependía mucho de "simpatizar" con su antiguo partido político. En el período de tres años fue azul (que no se callaba), blanco y luego azul otra vez. Siempre por conveniencia o ¿Por hipocresía?
Lo mismo aplica para otras muchas creencias, como no creer en el matrimonio o en Dios y que pasen unos años y ver al mismo individuo que decía orgullosamente "Yo no creo en el matrimonio" o "Yo no creo en Dios", casado y con una biblia bajo el brazo. Es mejor decir: "Hasta que la vida decida lo contrario, yo creo (o no creo)". No te sientas tan orgulloso de tu inflexibilidad. Y es que aunque nos duela, tenemos que aceptar que la vida tiene la última palabra.
Comentarios
Publicar un comentario