Van pasando los años, pero sigo siendo joven de corazón. Hace un tiempo que hice las paces con la vejez y con la muerte. Sé que suena más lindo decirlo, que vivirlo, pero me siento en paz. Sigo haciendo cosas bien tontas, como enamorarme a primera vista sin sopesar los pro y los contra, reírme de todo, usar menos ropa y más emojis, aprender a subir videos en Snapchat y ser muy comunicativa (puedo contarle mi vida a un desconocido en veinte minutos). Sin embargo, sé que he madurado, porque por otro lado, por ejemplo, he aprendido a utilizar más mi intuición que mi cerebro y sé decir que NO sin sentirme mal por ello.
Llegué a la conclusion de que aunque mi cuerpo cambie irremediablemente, no voy a ignorar mi esencia eliminando mi alegría por vivir y la chispa que me caracteriza. Envejecer no significa volverme una mujer amargada, sino todo lo contrario.
Por otro lado, he escuchado innumerables veces a las mujeres expresar como se sienten más fuertes, más plenas, más felices, mientras van entrando en edad. Para mis sorpresa no tan sorpresa, estas mujeres, tienen un factor común conmigo: Han trabajado en su interior, han sabido aprovechar esos momentos difíciles para hacer una profunda introspección de su pasado, sus traumas, sus emociones y asumiendo su responsabilidad por sus acciones dejando de ser víctimas. Eso trae mucha paz y la paz te mantiene joven...pero consciente.
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