La vida está hecha de elecciones. Desde que nacemos hasta que morimos, nuestros días se basan en hacer o no hacer.
El bebé elige cuando gatear y cuando dar sus primeros pasos. El infante en edad preescolar escoge si prestar su juguete o no. En primaria, las niñas empiezan a elegir las piezas de su guardarropa. Los adolescentes, entre dramas y hormonas, eligen a sus amigos. El adulto construye su jornada diaria en base a sus decisiones.
¿Cómo saber si ir por la izquierda o por la derecha podría ocasionar hechos que repercutirán por toda nuestra vida o hasta por nuestra eternidad? A veces, por más que pensemos o demos vuelta a una decisión, los resultados no serán los esperados o no se verán hasta mucho después o quizás nunca.
Así que lo importante no es saber QUE elegir, sino COMO elegir:
1) El momento es el 90% de hacer una elección adecuada. No hacerlo cuando estamos bajo presión o sintiendo fuertes emociones como tristeza o ira.
2) Hace unos días, le pregunté a una amiga, muy entendida en el tema de la espiritualidad, como saber si estábamos tomando una decisión basada en el bullicio de nuestra mente o en la sabiduría de nuestra intuición y su respuesta fue bastante clara: "Cuando tomas una decisión regida por tu mente, no hay paz". Por lo mismo, una decisión tampoco debe basarse en nuestro ego.
3) Reconocer que es muy probable que el desenlace no sea el adecuado y que posiblemente cambiemos de opinión. Permitirnos estos cambios de opiniones, siempre y cuando no sean por capricho.
4) El silencio y la meditación son excelentes herramientas previas a tomar una decisión. Muchas veces vemos todo más claro cuando nos sentamos tú a tú con nosotros mismos.
5) Asegurarnos que sea A o B, no estamos influenciados por las decisiones de terceros.
6) No tener expectativas en cuanto a los resultados sobre todo si gran parte depende de otra persona, de quien por supuesto, no tenemos el control de sus acciones.
7) Si los resultados no son los esperados, perdonarnos a nosotros mismos por la elección y seguir adelante.
7) Tratar de que nuestras decisiones no afecten a alguien más, pero si no hay otro remedio, podemos ser lo más empáticos y comunicativos posibles con las personas tocadas por nuestra elección. Por ejemplo, un divorcio influye en los hijos, despedir a alguien influye en las personas que dependen económicamente del empleado desahuciado, ejercer el voto influye en el desarrollo o atraso de una nación, Etc.
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